¿Es importante compartir referentes culturales con nuestros hijos?

Hace poco fui a ver La Sirenita con mi hijo de 5 años. Su novia y su mamá vinieron con nosotros.

Iba a obviar lo de que mi hijo de 5 años tiene una novia, a la que llamaré Alba. Pero voy a empezar por ahí, porque tengo ganas de hablar sin tapujos aunque eso pueda suponer meterme en algún lío.

Hay quien le ha corregido, diciendo que es una amiga, no vaya a ser que estemos sexualizando a dos niños tan pequeños. No he visto a nadie corregirle cuando juega con su cocinita, todos jugamos y hacemos que comemos lo que ha preparado, y así él, como todos los niños, a través de los juegos de rol, crece y aprende a ser persona. Como dijo Winnicot: “Es muy cruel preguntarle al niño si el palo de escoba con el que juega es un palo o un caballito”.

Carol y yo íbamos al cine con nuestros hijos, que jugaban a ser novios. Alba iba disfrazada de la reina Elsa de Frozen, con sombra azul en los párpados a juego con la de su mamá. Una de las cosas que más me gustan de Carol es lo genuina que es en todo lo que hace, cómo le permite a Alba ser ella misma y cómo podemos compartir juntas pequeños pecadillos como exponer a nuestros hijos a una historia de amor heteronormativa con una mujer muda como protagonista. Frente a la culpa de @malamadre que me invadió pensé: ¿Cómo vamos dos mujeres de cuarenta y tantos a compartir referentes culturales con nuestros hijos si no podemos compartir historias que formaron parte de nuestra infancia sólo porque algunos de los valores han evolucionado?

Mientras comprábamos palomitas, Carol me dijo, consciente de lo mucho que íbamos a pecar aquella tarde: “Luego tendré que tener una conversación crítica con Alba sobre qué es eso de dejarlo todo por un tipo al que acabas de conocer y además entregarle tu voz, que es algo valiosísimo, una metáfora del poder de la mujer”.

“Por supuesto”, contesté yo, “debemos intentarlo, aunque no creo que sirva de gran cosa. Yo tenía un profesor, Hugo Bleichmar, que decía que uno se enamora de unos ojos y se lleva detrás todo el pack de personalidad, y creo que tenía mucha razón”.  Y en eso andaba yo pensando mientras entrábamos en la sala y comenzó la película.

Repentinamente toda mi atención se centró en Javier Bardem, y mi perspectiva sobre qué película habíamos ido a ver, aquella que vi por primera vez con 9 años, cambió por completo.

Es increíble cómo lo que vemos tiene que ver con aquello que tenemos en la cabeza, con nuestros anhelos y nuestros miedos. Sentí ganas de levantarme y huir, estaban empezando a contarme una historia de rebeldía adolescente, de un padre incapaz de escuchar a su hija con la consecuente desobediencia a la autoridad. Una historia de verdadero terror para cualquier madre.

¿Sabré escucharle?, pensé mientras agarraba su manita. ¿Sabré guiarle en ese tránsito de la niñez a la edad adulta? ¿Qué tipo de madre voy a ser durante la metamorfosis?

Yo venía a ver una película cursi, una historia que representa uno de los mitos del amor romántico, ese de que el amor lo puede todo. Una mentira que se ha contado desde el siglo XII, cuando surgió este género. Un mito importante a cuestionar en la adolescencia, pero imprescindible de inculcar en la infancia.

Ahora hay libros para todo: dejar el chupete, el pañal, no hacerse pis en la cama… ¡Y son tan útiles! Donde tú como madre fallas estrepitosamente, las narraciones siguen siendo la mejor forma de aprendizaje.

Pero pese a la utilidad de esos cuentos nuevos, es importantísimo trasmitir ciertos valores que aparecen en los cuentos clásicos. Lo explica muy bien Bruno Bettelheim en ‘Psicoanálisis de los cuentos de hadas’.

Hay dos valores fundamentales que los niños deben aprender a través de los cuentos para crecer con salud mental:

  • El bien vence al mal
  • El amor es la manera en la que los personajes sobreviven a las desdichas

Lo primero no siempre es cierto, pero los niños necesitan creerlo (y muchos adultos también).

Lo segundo es cierto e imprescindible para todas las edades. Es el amor el que hace retroceder el miedo, las tinieblas que cada ser humano lleva dentro. Es el amor el que nos ayuda afrontar la adversidad, el que sana nuestras heridas.

Lo que cambia con el tiempo es el tipo de desdichas a los que los personajes tienen que enfrentarse. En los tiempos de Andersen y los hermanos Grimm se trataba de la orfandad y la pobreza. En un mundo donde la orfandad es excepcional y predomina la clase media, los miedos cambian, nos aterroriza el cambio climático, las pandemias, la soledad o el bullying.

Cambian los géneros y razas del héroe, pero la esencia de los buenos cuentos sigue siendo la misma, pasa de generación en generación y los niños deben aprenderla.

Más tarde en la adolescencia, podremos introducir matices y conceptos más complejos, pero la infancia necesita de cuentos de hadas.