La mochila del emigrante

Pilar llevaba más de 8 años viviendo y trabajando en Holanda cuando contactó conmigo. Había empezado a sentir una ansiedad que nunca había experimentado antes. Tenía un trabajo estable con el que disfrutaba y una buena pareja. Pese a ello, se planteaba volver a España. Se sentía muy culpable de estar lejos de su padre y su hermano, sentía que los había abandonado. Al poco tiempo de comenzar la terapia, Pilar me contó con mucha naturalidad cómo su madre había fallecido de cáncer cuando ella tenía 16 años. “Mi padre y mis abuelos nunca hicieron un drama de aquello, creo que lo hicieron muy bien, otras familias se habrían desmoronado pero nosotros no. Seguimos haciendo una vida normal, yo seguí sacando muy buenas notas”.

La familia de Pilar empleó una estrategia que la ayudó a sobrellevar una pérdida tan horrible en el corto plazo, pero que no permitió la elaboración del duelo. Pilar no se permitió llorar, venirse abajo, sentir rabia ni expresar su miedo a desarrollar cáncer hasta 15 años después, durante el proceso terapéutico que emprendimos juntas. Si su padre no se quejaba, ¿cómo iba a hacerlo ella? Aprendió a aguantar el dolor, se transformó en una madre para su hermano y fue adoptando algunos roles que no le correspondían a sus 16 años.

Terminó sus estudios y emigró en busca de un futuro mejor, con esa pesada mochila a la espalda.

A día de hoy Pilar sigue viviendo en Holanda. Compró una casa, se hizo un estudio genético relacionado con el cáncer que padeció su madre y tiene un hijo pequeño. No se siente culpable por vivir en el extranjero, su ansiedad ha disminuido mucho y, cuando reaparece, tiene estrategias para afrontarla. Cada nuevo duelo tiene la capacidad de reabrir uno anterior que no había sido bien elaborado y el duelo migratorio no es una excepción.

Desde que trabajo con migrantes, siempre me he preguntado por qué de entre dos personas que tienen la misma formación y experiencia una decide emigrar y otra decide quedarse. ¿Es el espíritu de aventura? ¿La ambición? ¿Son personas más valientes, como se da a entender en ‘Españoles por el mundo’? ¿O hay también factores menos románticos que llevan a las personas a tomar la decisión de emigrar?

Al poco tiempo de fundar Augesis, me di cuenta de que, si bien en la motivación de emigrar hay muchos factores, no todos ellos son tan románticos como imaginamos. De hecho hubo un tiempo en que llegué a creer que muchas de las personas que emigraban lo hacían huyendo de algo o de alguien. Me resultaba muy útil preguntarme cada vez que veía un caso nuevo, de qué o de quién huía esa persona.

Una de las cosas que más valoran los migrantes de vivir en una nueva cultura es la posibilidad de volver a empezar, de desprenderse de las etiquetas con las que han vivido. La libertad de ser como siempre han querido ser y de no sentir presión por cuestiones como el aspecto físico, el peso o la manera de vestir.

Sin embargo, pensar en la migración como una huida tenía connotaciones demasiado negativas para escribir sobre ello. Bastante sufrimiento y prejuicios soportan ya los migrantes para añadirles uno más.

Además, yo misma no estaba convencida de que la huida fuera el mejor término para explicar el fenómeno que quería describir.

En 2022, hablando de ello con mi colega Cristina Griñón, oí que ella lo llamaba “la mochila del emigrante”, y esa manera de expresarlo hizo que el puzle encajase completamente. Pocos meses después Joseba Achotegui publicaba su último libro ‘Los siete duelos de la migración y la interculturalidad’.

En realidad “la mochila del emigrante” es lo que Joseba Achotegui denomina “factores de vulnerabilidad que influyen en la elaboración del duelo migratorio” y que el autor describe de la siguiente manera “entendemos por vulnerabilidad el conjunto de las limitaciones, hándicaps, etc, que padece un sujeto antes de emigrar y que constituyen un factor de riesgo para su salud mental”.

El caso de Pilar puede parecer muy extremo, pero no lo es, lo he escogido de ejemplo porque ilustra muy bien el concepto de la mochila del inmigrante. Para todos resulta fácil ver qué llevaba Pilar en su mochila y cómo el proceso psicoterapéutico permitió hacerla mucho más ligera.

La pregunta es: ¿Qué llevan otros migrantes en sus mochilas? En la mayoría de las ocasiones, el contenido es mucho más sutil, pertenece al orden de lo que llamamos microtraumático.

Llamamos microtraumas a eventos perturbadores en la relación entre la persona y su entorno, que si bien no penetran en el psiquismo de manera repentina, como sucedería por ejemplo en una violación, se producen de manera repetitiva llegando a causar un gran sufrimiento psíquico.

Los microtraumas son mucho más sutiles. Imaginemos por ejemplo una historia de desencuentros entre un padre y su hijo, donde el hijo busca constantemente la validación y el amor de su padre, pero haga lo que haga nunca es suficiente. Esto es un microtrauma. En los microtraumas no hay necesariamente gritos ni escenas dramáticas, son historias de pequeños desaires y decepciones que van generando en la persona la idea de que no son suficientemente buenas o queribles. No son fáciles de identificar por las personas que los han sufrido ni por terapeutas con poca experiencia.

En las mochilas de las personas que emigran puede haber muchas cosas, desde dificultades en las habilidades sociales, conflictos familiares, fracasos amorosos, hasta lo que Hugo Bleichmar denomina “creencias matrices pasionales” que guían la vida del individuo. De nuevo pondré un ejemplo para facilitar la comprensión del concepto. Me viene a la memoria una paciente muy tímida y sobreprotegida al extremo por su madre. Cuando comenzó sus estudios universitarios se mudó de ciudad y su madre la acompañó a ver un piso compartido de estudiantes. En la entrevista dijo “mi hija es una persona muy especial” y por especial, como mi propia paciente me aclaró, su madre quería decir rara.

Cuando sobreprotegemos a un hijo, el mensaje con el que el niño va creciendo es “tú no eres capaz de desenvolverte en el mundo sin nosotros”. La idea de ser una persona especial, rara, desvalida y sin recursos había calado tanto en esa mujer a la que llamaremos Nuria, que cuando me contactó apenas tenía amigos. Hasta aquí estaríamos hablando de una creencia matriz, pero cuando la denominamos pasional, añadimos que no se refiere sólo a lo cognitivo, sino que está cargada de afectividad. Nuria experimentaba el mundo como un lugar hostil y peligroso cuyo único refugio era la casa de sus padres. Cuando emigró por motivos estrictamente profesionales, se sentía muy culpable de estar lejos de su familia. Su madre le pidió entonces que regresara, ofreciéndose a mantenerla de por vida, a lo que afortunadamente su padre se opuso. Nuria resultó ser, para su alivio, una persona normal que vive en una de las ciudades más estresantes del mundo, donde disfruta de sus amistades.

Todos llevamos a cuestas nuestras mochilas, no es algo inherente a la migración. Lo que sucede es que la persona que emigra se expone a una situación altamente estresante, y es frecuente que lo que había permanecido callado comience a revolverse en forma de ansiedad u otros síntomas cuando sometemos al psiquismo a factores estresantes como sucede cuando nos vamos a vivir a otro país.

Una de las principales tareas de los profesionales de la salud mental que nos dedicamos a la psicología de la migración es abrir conjuntamente con nuestro paciente esa mochila y hacerla lo más liviana posible.

¿Es importante compartir referentes culturales con nuestros hijos?

Hace poco fui a ver La Sirenita con mi hijo de 5 años. Su novia y su mamá vinieron con nosotros.

Iba a obviar lo de que mi hijo de 5 años tiene una novia, a la que llamaré Alba. Pero voy a empezar por ahí, porque tengo ganas de hablar sin tapujos aunque eso pueda suponer meterme en algún lío.

Hay quien le ha corregido, diciendo que es una amiga, no vaya a ser que estemos sexualizando a dos niños tan pequeños. No he visto a nadie corregirle cuando juega con su cocinita, todos jugamos y hacemos que comemos lo que ha preparado, y así él, como todos los niños, a través de los juegos de rol, crece y aprende a ser persona. Como dijo Winnicot: “Es muy cruel preguntarle al niño si el palo de escoba con el que juega es un palo o un caballito”.

Carol y yo íbamos al cine con nuestros hijos, que jugaban a ser novios. Alba iba disfrazada de la reina Elsa de Frozen, con sombra azul en los párpados a juego con la de su mamá. Una de las cosas que más me gustan de Carol es lo genuina que es en todo lo que hace, cómo le permite a Alba ser ella misma y cómo podemos compartir juntas pequeños pecadillos como exponer a nuestros hijos a una historia de amor heteronormativa con una mujer muda como protagonista. Frente a la culpa de @malamadre que me invadió pensé: ¿Cómo vamos dos mujeres de cuarenta y tantos a compartir referentes culturales con nuestros hijos si no podemos compartir historias que formaron parte de nuestra infancia sólo porque algunos de los valores han evolucionado?

Mientras comprábamos palomitas, Carol me dijo, consciente de lo mucho que íbamos a pecar aquella tarde: “Luego tendré que tener una conversación crítica con Alba sobre qué es eso de dejarlo todo por un tipo al que acabas de conocer y además entregarle tu voz, que es algo valiosísimo, una metáfora del poder de la mujer”.

“Por supuesto”, contesté yo, “debemos intentarlo, aunque no creo que sirva de gran cosa. Yo tenía un profesor, Hugo Bleichmar, que decía que uno se enamora de unos ojos y se lleva detrás todo el pack de personalidad, y creo que tenía mucha razón”.  Y en eso andaba yo pensando mientras entrábamos en la sala y comenzó la película.

Repentinamente toda mi atención se centró en Javier Bardem, y mi perspectiva sobre qué película habíamos ido a ver, aquella que vi por primera vez con 9 años, cambió por completo.

Es increíble cómo lo que vemos tiene que ver con aquello que tenemos en la cabeza, con nuestros anhelos y nuestros miedos. Sentí ganas de levantarme y huir, estaban empezando a contarme una historia de rebeldía adolescente, de un padre incapaz de escuchar a su hija con la consecuente desobediencia a la autoridad. Una historia de verdadero terror para cualquier madre.

¿Sabré escucharle?, pensé mientras agarraba su manita. ¿Sabré guiarle en ese tránsito de la niñez a la edad adulta? ¿Qué tipo de madre voy a ser durante la metamorfosis?

Yo venía a ver una película cursi, una historia que representa uno de los mitos del amor romántico, ese de que el amor lo puede todo. Una mentira que se ha contado desde el siglo XII, cuando surgió este género. Un mito importante a cuestionar en la adolescencia, pero imprescindible de inculcar en la infancia.

Ahora hay libros para todo: dejar el chupete, el pañal, no hacerse pis en la cama… ¡Y son tan útiles! Donde tú como madre fallas estrepitosamente, las narraciones siguen siendo la mejor forma de aprendizaje.

Pero pese a la utilidad de esos cuentos nuevos, es importantísimo trasmitir ciertos valores que aparecen en los cuentos clásicos. Lo explica muy bien Bruno Bettelheim en ‘Psicoanálisis de los cuentos de hadas’.

Hay dos valores fundamentales que los niños deben aprender a través de los cuentos para crecer con salud mental:

  • El bien vence al mal
  • El amor es la manera en la que los personajes sobreviven a las desdichas

Lo primero no siempre es cierto, pero los niños necesitan creerlo (y muchos adultos también).

Lo segundo es cierto e imprescindible para todas las edades. Es el amor el que hace retroceder el miedo, las tinieblas que cada ser humano lleva dentro. Es el amor el que nos ayuda afrontar la adversidad, el que sana nuestras heridas.

Lo que cambia con el tiempo es el tipo de desdichas a los que los personajes tienen que enfrentarse. En los tiempos de Andersen y los hermanos Grimm se trataba de la orfandad y la pobreza. En un mundo donde la orfandad es excepcional y predomina la clase media, los miedos cambian, nos aterroriza el cambio climático, las pandemias, la soledad o el bullying.

Cambian los géneros y razas del héroe, pero la esencia de los buenos cuentos sigue siendo la misma, pasa de generación en generación y los niños deben aprenderla.

Más tarde en la adolescencia, podremos introducir matices y conceptos más complejos, pero la infancia necesita de cuentos de hadas.