Comprender la anorexia

Comprender la anorexia

 

“La incertidumbre de ser mujer puede conducir a jóvenes mujeres a la búsqueda de un modelo […]. Nada más alejado de la persecución de un ideal de belleza, sólo quiso ser alguien, igual a otras, importante, acaso distinta.”  Graciela Strada, ‘El desafío de la anorexia’

La anorexia es probablemente la enfermedad mental más popular de nuestro tiempo. Todo el mundo ha oído hablar de ella y tiene una idea aproximada de lo que es.

Si preguntásemos en la calle a cualquiera probablemente nos diría algo parecido a lo siguiente: “son esas chicas muy delgadas que se ven gordas” o “son esas chicas que no comen porque quieren ser modelos”. Ambas respuestas van acompañadas de una connotación de frivolidad. Este es el estigma al que se enfrentan las personas que padecen anorexia, que a menudo son vistas como mujeres superficiales dominadas por la imitación de cánones de belleza aberrantes. Esta visión produce rechazo en la población. Las personas que padecen anorexia tienden a aislarse y este rechazo produce que lo estén aún más.

Existe un encendido debate entre quienes postulan que la anorexia es una enfermedad propia de nuestro tiempo, asociada a la cultura de la delgadez, y quienes consideran que ha existido siempre y que es relativamente independiente del sistema de valores. Es cierto que el primer caso descrito de anorexia nerviosa data de 1868 y se describen casos similares en tratados de medicina medieval. Sin embargo, no podemos cerrar los ojos a las estadísticas que señalan su extensión entre los países desarrollados, con picos particularmente preocupantes entre países con los mayores índices de desarrollo, como Japón y Noruega. Es más que probable que no se trate de una enfermedad nueva, al igual que es difícil que su incremento esté al margen de los mandatos culturales. Quizás para comprender mejor el debate sea importante distinguir entre querer estar delgada, hacer dieta, incluso estar obsesionada con la imagen corporal, y padecer anorexia.

La anorexia nerviosa es un trastorno de la conducta alimenticia caracterizado por el rechazo de la comida y el miedo obsesivo a engordar, que puede conducir a la muerte por inanición. Suele incluir conductas como la restricción de la alimentación, el uso de laxantes y diuréticos y el ejercicio físico extremo. Todo ello para contrarrestar el pánico a engordar. Su prevalencia es mayor en mujeres que en hombres y suele comenzar entre los 12 y los 25 años.

Según el DSM-V, el manual diagnóstico de los trastornos mentales, para que una persona sea diagnosticada de anorexia, tienen que cumplirse los siguientes criterios:

  • Restricción del consumo energético relativo a los requerimientos que conlleva a un peso corporal marcadamente bajo. Un peso marcadamente bajo es definido como un peso que es inferior al mínimo normal o, para niños y adolescentes, inferior a lo que mínimamente se espera para su edad y estatura.
  • Miedo intenso a ganar peso o a convertirse en obeso, o una conducta persistente para evitar ganar peso, incluso estando por debajo del peso normal.
  • Alteración de la percepción del peso o la silueta corporales, exageración de su importancia en la autoevaluación o persistente negación del peligro que comporta el bajo peso corporal actual.

Estos criterios son siempre descriptivos y basados en datos estadísticos. Son necesarios para establecer diagnósticos pero no explican qué hay detrás de la enfermedad.

Para los profesionales de la salud mental que trabajan en corrientes dinámicas, la anorexia es un enigma que debe resolverse en el trabajo terapéutico. Es una enfermedad que puede conducir a la muerte por inanición y ello produce una angustia en el entorno que centra la atención en alimentar a quien la padece, dejando de lado la escucha de sus verdaderos deseos e inquietudes, que viene a ser lo mismo que dejar de lado a la persona. O al menos así lo siente quien padece la enfermedad, que se niega a comer con obstinación y tenacidad, como única forma de autoafirmarse como persona.

Esta hostilidad suele conllevar un rechazo social importante que hace que nos olvidemos de hasta qué punto llega el sufrimiento de alguien capaz de dejarse morir de hambre. Pero no olvidemos que el síntoma es siempre la mejor manera que tiene nuestro psiquismo de evitar un sufrimiento aun mayor, como la muerte psíquica o la locura. A menudo el síntoma es la única manera que la persona ha encontrado para seguir existiendo, para lidiar con un sufrimiento inimaginable para el resto.

Las relaciones familiares suelen jugar un papel fundamental, Ginette Raimbault recoge en su obra ‘Las indomables figuras de la anorexia’ una serie de características similares en las familias donde uno de sus miembros padece la enfermedad. La psicoanalista francesa expone un medio familiar donde se suele negar el conflicto, y en el que, cuando estalla, lo hace con fuertes discusiones. Habla de familias sobreprotectoras, donde se valora el esfuerzo y el sacrificio, con altos niveles de exigencia que dejan poco lugar a lo lúdico. Esto no significa que las familias sean las culpables de la enfermedad, sino más bien que su colaboración es muy importante para superarla.

La anorexia es una enfermedad muy grave con consecuencias devastadoras que pueden incluir la muerte. Sin embargo, muchas personas han salido victoriosas en su lucha. Vencer la anorexia requiere de la colaboración de distintos profesionales de la salud, médicos y psicólogos. El tratamiento ha de ser multifactorial y puede requerir de hospitalización en momentos críticos.

Recomendaciones bibliográficas:

 

Esta publicación ha sido elaborada por Celia Arroyo y publicada en Instituto Palacios de Salud de la Mujer.

 


 

Foto: (CC BY 2.0) – daniellehelm -To eat or not to eat?

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