La manada sobrevive

La manada sobrevive: cómo proteger la salud mental en procesos migratorios

“Cuando cae la nieve y los vientos blancos soplan, el lobo solitario muere… pero la manada sobrevive”. Si eres fan, como yo, de Juego de Tronos, se te pondrían los pelos de punta al escuchar a Sophie Turner pronunciar con el aplomo de Lady Sansa Stark esa frase maravillosa que permanecerá en la memoria de varias generaciones.

Recuerdo, en la facultad, el énfasis que ponían mis profesores en que comprendiéramos la importancia de lo que en psicología se denomina “la red de apoyo social”. Lo que entonces era un conjunto de palabras en un manual, ahora es una vivencia personal y profesional. Qué difícil es estudiar, comprender e integrar aquello que no nos emociona. ¡Qué fácil lo van a tener los estudiantes de psicología ahora que los guionistas de Juego de Tronos han hecho lo que ningún psicólogo había conseguido hasta el momento, resumir en una sola frase, cargada de emoción, uno de los conceptos más importantes de nuestra profesión, uno de los pilares de la salud mental!

Cuando una persona se plantea la posibilidad de consultar a un psicólogo y fantasea cómo serán las primeras sesiones, suele imaginar al psicoterapeuta evaluando “qué funciona mal en su cabeza”. Sin embargo, la labor del terapeuta en las primeras sesiones va mucho más allá de evaluar el problema y las dificultades del paciente. Por paradójico que resulte, una de las primeras cosas en las que el terapeuta se fija es en “qué funciona bien en esa persona” y con qué recursos cuenta. Esos datos van a permitirle predecir el éxito de la psicoterapia y por tanto ayudarle a decidir si debe aceptar el caso, si cree que podrá ayudarle.

Dentro de los recursos, uno de los más importantes a evaluar es la red de apoyo social con la que cuenta la persona, lo que Sansa denomina “la manada”. ¿Cuenta el paciente con relaciones sociales significativas? ¿Tiene familiares, amigos…? ¿A qué grupos pertenece? ¿Qué tipo de relación tiene con esas personas? ¿Puede apoyarse en ellos? ¿Puede construir nuevas relaciones?

Las respuestas a estas preguntas nos dan una idea de cómo son las capacidades resilientes del paciente, y esto es tan importante o más que el tipo de problema al que nos enfrentamos.

Para comprender hasta qué punto son importantes las relaciones sociales en el desarrollo de las capacidades resilientes y el mantenimiento de la salud mental, viajemos en el tiempo a comienzos del siglo XX. Durante la Primera Guerra Mundial, un nuevo desorden psiquiátrico trajo de cabeza a los médicos de medio mundo. Lo describe Judith Herman en su obra ‘Trauma y recuperación’: “Bajo condiciones de incesante exposición a los horrores de la guerra, los hombres empezaron a venirse abajo en cifras apabullantes. Confinados, indefensos y sometidos a la amenaza de aniquilación […] muchos soldados […] se quedaban paralizados y no podían moverse. Se quedaban mudos y no respondían a estímulos. Perdían la memoria […]. Se calcula que los trastornos mentales supusieron el 40% de las bajas británicas durante la guerra.”

El psiquiatra estadounidense Abram Kardiner fue el encargado de estudiar este fenómeno al que denominó neurosis de guerra y que hoy conocemos como Trastorno de Estrés Postraumático.

Kardiner descubrió que aquellos soldados que mantenían buenas relaciones con sus compañeros eran mucho menos susceptibles de desarrollar trastornos mentales. Si lo hacían, sus síntomas eran de menor intensidad y la capacidad de recuperarse era mucho mayor.

Las investigaciones de Kardiner cambiaron la manera en la que se organizaron los batallones, con la finalidad de promover el apoyo emocional y la solidaridad entre los soldados. “La motivación más efectiva para superar el miedo era algo más fuerte que el patriotismo, los principios abstractos o el odio hacia el enemigo: era el amor que sentían los soldados los uso hacia los otros”, recuerda Herman.

Los estudios realizados sobre la salud mental de los supervivientes del Holocausto ofrecieron los mismos resultados. Con el paso de los años, diferentes estudios sobre la resiliencia han puesto de manifiesto que en situaciones de estrés, cualquiera que sea el origen de éste, la mejor protección que puede encontrar el ser humano es el contacto con otros, especialmente con aquellos que se encuentran en la misma situación.

Por eso, siempre que me preguntan en los medios de comunicación por consejos para aquellos que estén pensando en marcharse al extranjero, contesto lo mismo: “Que se ponga en contacto con la comunidad española de la ciudad a la que va”. Es posible que a partir de ahora empiece a decirlo así: “Busca la manada, porque la nieve, los vientos blancos, el invierno, son ideas que trascienden la supervivencia física, constituyen una excelente metáfora de la soledad, el estrés y el desamparo”.

Los que han pasado tiempo en el extranjero lo saben: por eso se han organizado, lo han hecho desde siempre, creando las casas de España, juntándose para hacer diversas actividades. Ahora con las redes sociales encontrarse es muy fácil. En Facebook ya no están solo los grupos de españoles en tal o cual ciudad; los hay por comunidades autónomas, por profesiones… El abanico de posibilidades es amplísimo y si el grupo que se busca no existe siempre está la posibilidad de crearlo.

Pero ahora nos encontramos ante un fenómeno nuevo: los que vuelven. Me llama la atención que aún no se hayan organizado, que no haya grupos de retornados, pese a las dificultades emocionales que acompañan el choque cultural inverso. Supongo que se debe al hecho de que quienes vuelven tienen vínculos sólidos: familiares, amigos. A pesar de ello, algunos aspectos de su experiencia vital han cambiado tanto, que los que vuelven pueden sentirse solos, desconectados, extraños en su propia tierra. Ese sentimiento es muy difícil de comprender para los que se han quedado, que a menudo interpretan los momentos de frustración del que ha vuelto como actitudes soberbias, propias de gente engreída.

Así que si has vuelto, o estás pensando en volver, ponte en contacto con la comunidad de retornados de tu ciudad de origen y si tu ciudad de origen no la tiene porque este es un fenómeno muy nuevo, ya tienes un proyecto maravilloso: ¡créala!

Cada vez son más los retornados que piden ayuda psicológica para afrontar el choque cultural inverso. Sin embargo muchos de ellos no necesitan una psicoterapia, como mucho un grupo de apoyo emocional. Porque lo que necesitan para reactivar las mismas habilidades resilientes que les llevaron a sobrevivir al proceso migratorio es, de nuevo, estar en contacto con los que han pasado por una situación similar.

Los psicólogos tenemos que ser muy cuidadosos a la hora de decidir quién necesita una terapia y quién no, pues esta requiere un alto nivel de inversión emocional, económica y de tiempo.

Algunas capitales europeas cuentan con grupos de apoyo emocional para expatriados, pero son las menos. Para muchos expatriados, la psicoterapia es la única o la mejor opción para superar las dificultades relacionadas con el duelo migratorio.

En el caso de los retornados, los grupos de apoyo emocional deberían tomar mucha más relevancia de la que hasta ahora están teniendo. Muchas personas confunden estos espacios con las terapias de grupo y es que la línea que las separa es muy fina cuando quienes gestionan el grupo de apoyo son psicólogos.   El objetivo del grupo de apoyo es compartir experiencias; el psicólogo actúa solo como facilitador de estos encuentros. Los verdaderos protagonistas son las personas que forman el grupo y los vínculos que se crean entre ellas. La confusión surge porque el grupo de apoyo tiene efectos terapéuticos, beneficios colaterales que van más allá del apoyo emocional.

Otra ventaja que proporcionan estos grupos es que requieren una inversión económica y temporal mucho menor a la de una psicoterapia individual. Los grupos de apoyo emocional constituyen un soporte de salud mental al alcance de casi todos los bolsillos.

Así que, ya sabes, tanto si sigues más allá del Muro como si acabas de regresar, recuerda las palabras de Lady Sansa: la manada sobrevive.

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